
Era una fría noche más. El atardecer poco duró y sus ojos, rojos de sangre se tiñeron, bajo el azul oscuro del firmamento. Atrás quedaron los frágiles ocasos coloridos, y se fueron, llenos de ángeles caídos.
Su ojos por ultima vez brillaron . El olor a muerte se sentía, y ella, ante las caricias de la brisa, penosamente exponía sus pecados enmendados. Los cuervos comenzaron su arribo, ante el cuerpo helado y sin brillo. La melodía punzante ahora era su acompañante, tibia y armoniosa, imponente y tenebrosa.
Bajo la luna quedaban en su desolado castillo, solitarios lobos que aullaban, al tiempo que quedaban en sigilo, para siempre en el olvido, sus temores y la razón de sus errores.
Bajo la luna quedaban en su desolado castillo, solitarios lobos que aullaban, al tiempo que quedaban en sigilo, para siempre en el olvido, sus temores y la razón de sus errores.

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